Emocionadas y sentidas palabras las que regalaba al pueblo aracelitano don Agustín Antrás Roldán, el pregonero de las Glorias de María Santísima de Araceli, en la noche del viernes, 2 de mayo.
Un pregón mariano que defendía el sentido religioso de las fiestas Aracelitanas y su conservación en el tiempo como legado de generaciones anteriores en el que recordaba la figura de su padre, como miembro de antiguas juntas de gobierno de la Virgen, y que dedicaba a su madre quien asistía emocionada al evento.
Previamente, en el Palacio Erisana, se había producido el acto de proclamación de la Aracelitana Mayor, Srta. Isabel Vigo Fernández de Villalta, y la corte de Damas de Honor, Srtas.
María Vigo Fernández de Villalta, Carmen González Muñoz, Carolina Osuna Cuenca y Araceli González Muñoz. Quienes tras el lucido y habitual paseíllo por la plaza Nueva; del brazo del Sr. Alcalde, Juan Pérez Guerrero y de los Sres. Agustín Antrás Roldán, José María Morillo-Velarde Seco de Herrera, Antonio Pineda Gallardo y Gregorio Espejo Jiménez, respectivamente; se trasladaban hasta las plantas de María Santísima de Araceli para asistir al pregón.
Presentaba al pregonero el Rvdo. P. fray Joaquín Pacheco Galán; y con hermosas palabras introducía al auditorio refiriéndose a los sentimientos que experimenta Lucena con la llegada de la Virgen tras la Romería de Bajada. Luego describió al pregonero a través de los mejores atributos de Lucena y de su manera de vivir la fe cristiana, para terminar haciendo una similitud entre él y un manijero que llama a la cuadrilla de lucentinos a participar en las fiestas.
El pregonero, que tuvo emotivas palabras de recuerdo hacia su padre y hacia su cuñado, Gaspar Villa, recientemente fallecido; fue haciendo un recorrido por los diversos aspectos de la devoción aracelitana y por instituciones como el Taller de María. Se detuvo en las figuras del manijero y en la Corte de Damas Aracelitanas y resaltó la necesidad de transmitir a futuras generaciones el legado recibido de nuestros antepasados. Cerraba el pregón con un impecable soneto que, empezando con la letra del himno aracelitano solicitaba para todos ser merecedores de poder alcanzar, algún día, la cercanía celestial de Nuestra Madre.