“La Archicofradía posee un enorme patrimonio”

Con esta idea salieron los asistentes a la última sesión de las jornadas desarrolladas en la Casa de la Virgen sobre historia, arte y devoción aracelitana, con ocasión del 450 aniversario fundacional de la Real Archicofradía. En la noche del viernes 19 de abril, tras el ajetreo de tronos que presagiaban la inminente romería, Manuel García Luque, joven licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Granada, donde actualmente realiza su tesis doctoral, disertó sobre algunas piezas del patrimonio aracelitano; sobre la propia imagen, el retablo mayor, el camarín y algunos lienzos de la sacristía.

Inició sus palabras estudiando el círculo de tallistas en madera que existió en Roma en torno a la fecha de llegada de la Virgen a Lucena, así como otras imágenes de similar procedencia aunque algo posteriores en el tiempo, como Ntra. Sra. de Loreto de Madrid. Teorizó, en base a los grabados de época sobre un niño en postura sedente, anterior al último tercio del siglo XVIII, diferente al de escuela sevillana que existe o al Niño Jesús conocido como “de Nápolés”, aunque descartó esta procedencia. Sobre estas piezas puso de manifiesto el lamentable estado de conservación de las encarnaduras originales. Hizo un repaso a la construcción de las bóvedas del templo con forma basilical originalmente, ocultada un poco por las diversas actuaciones sobre las bóvedas laterales, lás últimas a principios de los ochenta. Explicó la sensación de profundidad en el retablo mayor, a pesar del escaso espacio del presbiterio, donde intervino un joven Francisco Hurtado Izquierdo en los años finales del siglo XVII. Respecto de los grandes lienzos laterales de Leonardo Antonio de Castro, a uno y otro lado del presbiterio, siguiendo un texto de Ranírez de Luque, encontró fruto de sus investigaciones las láminas originales en que el artista lucentino se inspiró para estas pinturas.

El camarín, sufrió a lo largo del tiempo numerosas restauraciones no científicas, que de alguna manera pueden enmascarar los colores originales de las pinturas murales, si bien, según el autor, confía en que los trazos sean los originales, destacando la bóveda de Leonardo de Castro, que se asemeja al cielo, y las pinturas de Tomás Ferrer, datadas en 1761. Éstas fueron restauradas en el siglo XIX, a mitad de los años cincuenta por el prestigioso Ballester Espí, director entonces del Museo del Prado, y en los noventa por Justo Romero Fabero. Dentro del camarín destacó el trono de Pedro de Mena y los ángeles turiferarios, posiblemente de otra mano; así como las reliquias de la Sábana Santa y del Niño Jesús de Pasión y de San Juanito, piezas que destacó como excepcionales.

No siempre la opinión de un experto coincide con las actuaciones que en materia patrimonial se han acometido a lo largo del tiempo, aunque siempre manifestó el respeto y el aprecio por conservar de la mejor manera posible este patrimonio.